Carta del Director
Palabras clave:
historia de la arquitectura, historia urbanaResumen
Cornelius Castoriadis afirma que hay dos grandes concepciones instituidas que impiden pensar la alteridad, esto es la condición de ser otro.
Una de esas concepciones asimila las sociedades a mecanismos completamente determinados, asumiendo como fijas las causas y las necesidades, y desemboca en funcionalismo, que no puede concebir lo otro sino como mero desperfecto.
Corre a su lado una concepción estructuralista, que prescribe las mismas operaciones lógicas para todas las sociedades y todas las épocas, negando que el tiempo histórico haga emerger verdaderas alteridades, porque todo estaría regido desde el principio por algún fin, sea material o racional, pero siempre inmutable. No cuesta demasiado trabajo deducir las consecuencias que esas representaciones instituidas han acarreado, y acarrean, a las historias de la arquitectura, el diseño y la ciudad.
Sin embargo, más allá del predominio circunstancial de alguna de esas dos concepciones, ninguna puede evitar que lo histórico social incesantemente origine representaciones alternativas, tanto icónicas como discursivas, sea por la emergencia de lo impensado dentro de una sociedad determinada, sea por la hegemonía de alguna cultura sobre otra, que da como resultado tanto la sustitución de historias y valores éticos como la redenominación de cosas, de acciones y hasta de lugares, como bien demuestra la toponimia.
Muchos vaivenes, en el vértigo de las dialécticas, suceden toda vez que se ponen en juego las definiciones de lo otro, debiendo primero que nada observarse los motivos y los protagonistas de tal distinción.
La antinomia de lo uno o lo otro también se desliza, en el marco de una imaginación topológica, a la diferencia del estar adentro o del estar afuera, siendo este último al fin y al cabo un lugar otro y por lo tanto una heterotopía. De aquí los dilemas propiamente fronterizos de decidir qué es lo que corresponde colocar a uno u otro lado del límite.
Sirvan estas líneas para presentar los textos de este Anales 51 y no menos para reflexionar sobre sus materiales, a medida que su lectura vaya poniendo de manifiesto todas sus aristas e implicaciones.
No es difícil barruntar que en los territorios de lo uno y de lo otro, fatalmente resbaladizos, nadie tiene garantizada su posición ni sus certezas. Tampoco provee mayores seguridades, pero invita a pensar aquella inalterable sentencia de Jean-Paul Sartre: el infierno son los otros.